miércoles, 1 de junio de 2005

Una pésima influencia

José Hernández, agredido por mis plumillas en 2005


Publico esta entrega a escondidas de Pepe. Cuando conocí a José Hernández no esperaba que fuera tan joven. Su trazo magnífico, su claridad, oportunidad opinativa en el cartón político -que publicaba entonces en Milenio Diario-, su enorme cultura visual, cinematográfica, popular, musical, literaria, y su agudo sentido del humor me parecían el de un hombre que ha vivido demasiado, absorto de todo, aprendiendo de todo, guardando todo en la memoria...

Después de entrevistarlo para mi tesis de licenciatura, -asombrada por tooodo lo generoso y paciente que fue conmigo y apabullada por conocerlo- puedo decir llena de regocijo que, quién sabe por qué loca idea suya, decidió concederme el privilegio de su amistad.

No sólo eso, a casi ocho años de distancia puedo decir que ha sido una de las peores influencias en mi vida, porque después de verlo agotadísimo luego de dibujar páginas impecables para El Chamuco, angustiado por el país, sin una sola idea para un cartón a la hora de entrega y lleno de asuntos en la agenda, sigue dibujando con una calma, limpieza y pulcritud impresionantes, cumple siempre en la entrega con una imagen contundente, de una elocuencia brillante.

Jamás es autocomplaciente con sus monos, y aunque se lo elogien, siempre está exigiéndole más nivel a su trabajo. (Cuando le mostré este mono, incluso, me pareció verlo algo ofendido, porque la caricatura para él nunca será elogiosa.)

Me ha enseñado disciplina, rigor periodístico y amor por el oficio de caricaturista. Me ha enseñado a hacer las cosas bien de inicio a fin. Por eso es una pésima influencia, porque ya no puedo fingir que estoy aprendiendo y que a penas voy empezando, me ha educado el ojo, el criterio, por lo que mi trabajo debe cumplir con niveles de altos vuelos por principio, no por magia o supuesto talento, sino por un trabajo de pulimiento constante... Me pone una vara muy alta para saltarla...

Antes de que me concediera otro grandiosísimo privilegio, el de ser asistente editorial en El Chamuco y permitirme leer mi revista favorita antes que cualquiera, conversábamos mucho sobre moneros, trazos, estilos de dibujo, historias... Yo siempre aprendiendo, con el deseo de ser monera, pero aterrada de comenzar.

Muchas veces lo torturé con largas pláticas, diciéndole que no me gustaba mi dibujo, que quería hacer monos increíbles como los suyos y que por eso no me animaba a hacer monos. Como maestro zen, casi sin darse cuenta, me enseñó que lo más importante no es perseguir "el estilo", sino comenzar a hacer las cosas, comenzar al menos, como nos salgan. Dejar de tenerle miedo a hacer y hacer.

Tengo tanto que decir sobre lo mucho que me ha enseñado, sobre lo mucho que le agradezco su amistad y su guía, tanto de lo mucho que enseña hasta con publicar su cartón, que un día, cuando él se descuide tantito, voy a escribir su biografía.